lunes, 3 de octubre de 2011

El Síndrome Belerofonte - Prólogo (Beta)



PRÓLOGO

Oscuridad.

Nada más y nada menos. Aquello era lo único que podía ver a través del grueso cristal de seguridad. Cuando embarcó no pensó que sería tan triste y frío todo.

El espacio es frío, el espacio es oscuro, se decía a sí mismo. Sí, lo era, pero nunca imaginó que hasta tal punto. Nunca hasta el punto de echar de menos las atiborradas y contaminadas calles de Neopetra, la capital del tercer cuadrante de Terra.

Terra...nunca entendió el porqué de cambiarle el nombre a un planeta después de tantos milenios. Ni que hubiese alguien ahí fuera, más allá de toda esa oscuridad, a quién le importase un mínimo si se llamaba Terra o La Tierra.

Escuchó un repiqueteo en la cercanía que le sacó de sus divagaciones y le hizo enderezarse y estirar los brazos y las piernas. Tenía que reconocer, eso sí, que la ropa de viaje, era realmente cómoda, debía haber costado una millonada. Fue una idea que no le entusiasmó, pero prefirió no darle mas vueltas. Arqueó la espalda, estiró los brazos, hizo unos pocos movimientos para readaptar los músculos a una nueva postura tras haber estado...no sabía ya cuanto tiempo sentado, en este lugar uno perdía la noción del tiempo antes de pestañear.

Pasó la mano por el sensor y encendió las luces exteriores, las que iluminaban lo necesario para no tropezarte con cables o rejillas de ventilación y permitían que el gasto de energía fuese infinitesimal.
No necesitó andar demasiado para descubrir el origen de ese molesto repiqueteo. Teclas, siempre eran teclas. Ese maldito robot de mantenimiento realizaba las tareas diarias de mantenimiento. C-US, era divertido pese a ser un robot, eso había que reconocerlo. Debía tener bien implementada la sección de humor y amenización del ambiente. Todo con tal de hacer la rutina más llevadera.

Tras revisar que todo funcionaba correctamente en la sala de mantenimiento, se abrió paso hasta la camara de biomantenimiento donde almacenaban las plantas encargadas de proporcionar oxígeno y reciclar el dióxido de carbono que la tripulación expulsaba con cada respiración. Se detuvo en la puerta, con la sala apenas iluminada, sólo la alimentación de los vegetales y la luminiscencia del suero acuoso que se les suministraba proporcionaba algo de luz, dándole un aspecto tétrico y muerto a todo. Aquella debia ser, quizás, una de las salas más importantes, que fácil podía resultar a cualquiera mandar a todos al otro barrio, solo con desconectar unos cables y matar aquellas plantas se acabaría el suministro ilimitado de oxígeno. Una muerte lenta, angustiosa y poco placentera. Un escalofrío le recorrió la columna al imaginárselo. No hubiese sido la primera vez, ya había habido casos anteriormente de lunáticos que habían asesinado a toda la tripulación por algun trastorno. Malditos lunáticos, cuánto daño habían hecho.

Siguió su camino hasta la sala de criogenización, donde por turnos, la tripulación descansaba y dormía con tal de hacer mas llevadero el viaje y que todos pudiesen llegar al final, a su objetivo. Comprobó los medidores térmicos y sensoriales de cada cabina ocupada. Todo correcto, todo estable. Todo monótono.

Cansado de la corta patrulla decidió darla por terminada por ahora, volver a su ventana y más tarde, quién sabe cuándo, terminarla. Total, dudaba mucho que por no terminar su patrulla fuese a pasar algo. Nunca pasaba nada. Era el pan de cada día de aquel maldito lugar. Un enorme e increíble montón de nada. Absoluta y desesperadamente nada. Podía permitirse el lujo de divagar y descansar un poco. Nadie iba a decirle nada porque todo el mundo dormía. Sólo él estaba despierto, sólo él estaba consciente, sólo él tenía que hacer frente a aquel vacío total y a aquel aburrimiento.

Volvió a pasar la mano por el sensor y apagó las luces exteriores. Volvió al alfeizar de su ventana y siguió mirando, esperando ver alguna luz que rompiese la monotonía del espacio. Maldito espacio, y maldita oscuridad. Malditos ambos.

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